El volcán siciliano revela su compleja geoquímica y el posible afloramiento de minerales ocultos.
El Monte Etna, el volcán más alto y activo de Europa, ha vuelto a protagonizar una espectacular erupción en Sicilia. Columnas de ceniza y gas se elevaron desde su cráter sureste, creando un impactante espectáculo natural que, si bien atrajo la atención, se mantuvo controlado sin representar un riesgo inmediato para la población. Tras un colapso parcial del cráter, se generó un flujo piroclástico en una zona deshabitada, minimizando cualquier peligro. Boris Behncke, vulcanólogo italiano, confirmó que el evento fue llamativo pero dentro de la actividad normal del Etna.
Las autoridades italianas activaron de inmediato los protocolos de seguridad, aconsejando a los visitantes mantenerse alejados de la zona volcánica. Aunque el humo oscuro y el estruendo causaron cierta inquietud entre residentes y turistas, los flujos de lava permanecieron contenidos, evitando la necesidad de evacuaciones. Esta erupción, la más significativa desde 2014, brinda a los científicos una oportunidad invaluable para estudiar los procesos internos de la Tierra, ya que las erupciones volcánicas permiten la observación de materiales que ascienden directamente desde el manto terrestre, ofreciendo pistas sobre la geología profunda del planeta.
La lava del Etna es particularmente intrigante debido a su compleja composición geoquímica. A diferencia de otros volcanes italianos, su origen no se limita a procesos de subducción. Sus flujos contienen tanto elementos del manto profundo, como magnesio y hierro, como minerales más superficiales como el potasio. Este tipo de vulcanismo, comparable al de regiones ricas en minerales como la Caldera McDermitt en EE.UU. o el Monte Erebus en la Antártida, convierte al Etna en un laboratorio natural para explorar las riquezas ocultas del subsuelo terrestre, sugiriendo la posible liberación de minerales valiosos desde las profundidades del planeta.