La República Democrática del Congo Paga el Precio Humano de tu Auto Eléctrico
La República Democrática del Congo (RDC), la «Arabia Saudita del cobalto», produce aproximadamente el 70% del cobalto mundial, un mineral esencial para las baterías de iones de litio que impulsan smartphones y, crucialmente, la transición energética hacia los vehículos eléctricos. Sin embargo, esta inmensa riqueza mineral contrasta brutalmente con una crisis humanitaria devastadora. Lejos de generar desarrollo, la fiebre del cobalto y el cobre ha provocado una ola de graves abusos contra los derechos humanos. El conflicto, la pobreza extrema y la inestabilidad han sumido al país en un verdadero infierno, con más de 6.7 millones de personas desplazadas internamente, una de las mayores cifras de desplazamiento en el mundo.
La extracción de cobalto se divide en minería industrial a gran escala y la peligrosa minería artesanal o informal, que representa entre el 15% y el 30% de la producción. Es en esta última donde se concentra la mayor parte de la explotación. Los informes documentan desalojos forzosos de comunidades enteras para la expansión de las minas, con viviendas demolidas e incendiadas y agresiones a residentes. La explotación se agrava con la persistencia del trabajo infantil: miles de niños, algunos de tan solo 12 años, trabajan en túneles inestables y pozos precarios a cambio de salarios miserables, exponiéndose a enfermedades pulmonares por metales pesados y presenciando una cultura de violencia y abuso.
Este escenario de miseria y violencia es el «efecto perverso» de la transición energética global. El cobalto congoleño viaja principalmente a Asia (con China como actor dominante) antes de llegar a los mercados de Europa y Estados Unidos, creando una cadena de suministro donde las empresas del Norte Global obtienen ganancias masivas mientras África paga la factura humana y ambiental. La tragedia del Congo subraya la urgente necesidad de «descolonizar» la cadena de suministro de minerales críticos, exigiendo a las grandes corporaciones y gobiernos que garanticen una trazabilidad estricta, pongan fin a la explotación y financien el desarrollo sostenible para que el pueblo congoleño pueda finalmente beneficiarse de su propia riqueza.